Nepal es el Himalaya, Nepal es el Everest y el Annapurna y todo ese imaginario sobrecogedor del techo del mundo; sí, es cierto, pero tanto como decir que toda España es Andalucía o Galicia, que Francia es la Provenza o toda Italia como la Toscana. Nepal tiene contrastes alucinantes. Sus tierras bajas, a diferencia de las altas, no representan récords amedrentadores ni retos para alpinistas, aventureros o viajeros extremos. El techo del planeta se desvanece hacia el Terai, más dócilmente cuanto más al sur, llegándose a selvas inmensas y a las cuencas del Indo y del Ganges con una placidez insospechada. Es una de las zonas más desconocidas de Nepal pese a que no le faltan atractivos para representar una alternativa, un complemento o una extensión de un buen recorrido por el país. En el Nepal tropical los ríos se funden con las selvas, habitadas de tigres y rinocerontes. Numerosas etnias las custodian desde siempre, viviendo en ellas y por ellas, justo un poco más allá de la línea que separa lo rural de lo salvaje.
Después de rodar el primer episodio de DESCUBRIR en el Valle de Katmandú y un segundo en Los Annapurnas, el reto era encontrarle el pulso a un tercero, que se llamará precisamente así: El Nepal tropical. No fue difícil, especialmente cuando el rodaje nos condujo a Bardiya.

Bardiya, en el suroeste de Nepal, muy cerca de la frontera con India, constituye el mejor ejemplo de lo que estábamos comentando: amplios horizontes hasta donde la vista alcance, selvas y más selvas y tierras de cultivo amplias, hermosas y amables, en contraste brutal con el cercano norte y sus picos y sus terrazas y ese esfuerzo sobrehumano por ganarle la partida a la Tierra y al terreno.
Aquí todo fluye. El Terai, ese llano inmenso y verde que une Nepal con la India, parece flotar de un extremo al otro del país envuelto de verde y selva: aquí es donde Nepal se apacigua, o eso parece a simple vista: la lucha va por otros lados. Llegamos al poblado bien entrada la noche, nos espera la ceremonia de bienvenida, las flores, las atenciones, la cena… Pero el paraíso prometido del viajero cansado habrá de esperar un poco. La aldea está revolucionada, hay una agitación que percibimos inusual, a medio camino entre la alarma y la fiesta. Seguimos la excitación y el tumulto, encendemos las luces, la cámara, y la modorra del camino se espanta rápidamente. Parece que un elefante solitario merodea por los alrededores. Nos explican que estos elefantes son adultos jóvenes, apartados de la manada y de las hembras, que vagan por las selvas y las aldeas próximas a estas, ocasionando numerosos daños y muchos y desgraciados encuentros. La aldea entera se ha unido para espantar al elefante y hacer que se aleje de los cultivos. Hay una mezcla de temor y esa excitación festiva que encuentra la multitud en el deber común bien cumplido. Los aldeanos gritan, agitan los brazos, lanzan piedras. El elefante se aleja. Llegamos justo a ver su masa enorme, desapareciendo en la foresta. Vemos las sonrisas y el alivio. No era un elefante cualquiera dicen, lleva unas semanas merodeando y provocando numerosos destrozos en los campos y en la aldea.
De vuelta del asunto elefante, la familia de Salik nos espera para darnos, por fin, la bienvenida. Van a ser nuestros anfitriones en esta nueva experiencia de turismo comunitario. Salik será nuestro guía en la selva: es un experto rastreador. Su mujer y su hija se encargan de las tareas de la casa y de atender a los viajeros dentro del proyecto de Community Homestay Network. Junto a otras jóvenes del pueblo nos bendicen a la llegada y nos muestran las habitaciones. La aldea la forman casitas de barro y madera desperdigadas, espléndidamente rematadas, intachablemente pulcras, techadas y cimentadas, con un mobiliario muy básico y amplios espacios. En la oscuridad vemos una construcción más grande, edificándose completamente con ladrillos. Será nuestra nueva casa, nos comenta Salik. ¿Te acuerdas del elefante? Uno igual, quizá un primo hermano, arremetió contra la antigua en mitad de la noche. La echó abajo en un instante. Y nosotros dentro. Ya te puedes imaginar el susto que nos llevamos.

Los Tharu, habitan estas tierras desde antiguo. Son gente menuda, de mirada grande, intensa, como de estar siempre alerta, lo cual, visto lo visto, no es para nada de extrañar… De alguna manera nos sobrecoge repentinamente ese Nepal que nos parecía tan dócil y apacible y nos reconforta y tranquiliza sabernos tan bien acogidos y tan bien protegidos por alguien que conoce tan bien el entorno. ¿El animal más peligroso? Pues no lo sé, nos comenta Salik. Solo sé que los tigres te persiguen solo si les das la espalda. Los elefantes se cansan rápido si no encuentran lo que quieren, pero los rinocerontes… Una vez estuve un montón de horas subido en un árbol mientras una hembra de rinoceronte esperaba paciente a que bajara… ¡Muchas, muchas horas! No sé cuál será el más peligroso, pero a rencoroso al rinoceronte no le gana nadie, eso te lo puedo asegurar.
A la mañana siguiente visitamos el Bosque Comunitario. Es un área selvática adyacente al Parque Nacional de Bardiya, pero fuera de los límites de éste, y cuidado y gestionado por la comunidad. Aparte de los recursos propios del bosque, el turismo genera unos ingresos que ayudan a mantener la aldea, el propio entorno natural y la flora y la fauna de la región.

Con nuestra incursión en el bosque, comenzaba nuestra búsqueda del famoso Tigre de Bengala. En esta zona de Nepal no es difícil verlos. Dicen por aquí que incluso más fácil que en Chitwan, el famoso parque nacional al este de Bardiya.
Cada poco, nos paramos y examinamos estas y otras huellas, hasta que por fin nos paramos delante de las marcas de sus inconfundibles patas… No hace más de diez minutos que ha estado aquí, susurra Salik. Lo miramos fascinados… Pero tranquilos, sonríe, el también sabe que estamos por la zona y debe de estar ya a unos cuantos kilómetros de aquí…

El día se nos va sucediendo así, con el trasfondo de la amenaza-esperanza del tigre y el consuelo de otras especies fascinantes. Llegamos a ver cientos de cérvidos en los claros del bosque, monos, por supuesto, cientos de aves y hasta estuvimos, casi, casi, demasiado cerca de un enorme elefante. El buen hacer de los guías, nos llevo a rodearle con mucho cuidado, para no molestarle.
Completamente rendidos, la vuelta a la aldea es un espectáculo de exótica cotidianeidad, es increíble la densidad de sonrisas por metro cuadrado según vamos atravesando la sucesión de casitas y campos y selva… Esa noche nos espera un esplendido programa cultural. Digo esplendido porque lo es, la calidad artística es alta y el entorno es increíblemente bello al anochecer. Los Tharu son grandes músicos y bailarines, llevan el ritmo en el cuerpo y nos lo hacen saber en un espectáculo de danza multitudinaria, colorida y bien coreografiada, que representa su cultura, su existencia misma y su lucha diaria con el tigre y con el elefante y todo lo demás.

Otra estupenda idea para disfrutar del agradable paisaje es hacer un tour en bicicleta. Por supuesto que no lo dejamos pasar, incluso así, entre nosotros, podemos confesar un par de carreras clandestinas…, nada que perturbara, por otro lado, lo apacible y relajante de los campos verdes y el amanecer más bello que hayamos visto en mucho tiempo… Bueno, al menos para casi todos. Nuestro técnico, la bicicleta y la cámara y sus pesados complementos no terminaron de hacer muy buenas migas, pero nunca llueve al gusto de todos…
El plato fuerte de las jornadas selváticas nos desmereció para nada el paseo por el bosque comunitario. El parque nacional de Bardiya es una de las selvas más hermosas que hemos contemplado. Os puedo asegurar que el tigre está, vimos sus marcas por todos los lados, pero no tuvimos la suerte de encontrar ninguno así, casa a cara… En cambio, vimos elefantes y numerosos rinocerontes. El rinoceronte de Nepal es muy distinto a los que habíamos visto en África. Es algo más pequeño, achaparrado, y su piel lo hace un acorazado impenetrable y espectacular. Pudimos contemplarlos desde muy cerca y llevarnos estampas increíbles con su silueta brutal, apareciendo y desapareciendo entre el follaje.

Acabamos la visita al Parque Nacional de Bardiya en el centro de recuperación de especies del propio parque, donde se pueden ver muy cerca animales en tratamiento, apartados del entrono natural, o el criadero de cocodrilos, donde se pueden intercambiar miradas con varias especies de estos saurios temibles y bellos a partes iguales.
Y aun nos quedaba dormir en uno de los sitios más espectaculares que hayamos dormido nunca. Caminamos al atardecer hacía el Bosque Comunitario, allí, en un claro se alza una majestuosa cabaña en un árbol, no se trata de una caseta de chiquillos… es una robusta construcción de madera de dos pisos, levantada en el centro de un árbol enorme, a la que se acede por una escalinata de madera, allí cenamos y charlamos largo y tendido y allí nos despertamos al día siguiente obnubilados, sobrecogidos por la belleza de la selva que nos rodeaba.

Aún nos quedaría una intentona más con nuestro tigre, tampoco le vimos, aunque parece ser el sí que nos vio. Quizá la próxima vez no sea tan tímido… De nuevo al anochecer, después de un largo día de safari, nos sentíamos felizmente reconfortados, volvíamos cansados, sudados, llenos de polvo y de tareas completadas, de esfuerzos largamente recompensados… A los lados del polvoriento camino los aldeanos ultimaban también los últimos quehaceres del día, se tomaban un momento para alzar la cabeza y mirarnos, saludarnos, sonreírnos. Pronto, como nosotros, estarían en sus mesas, con sus familias, en sus casitas de barro, frente a su Dal bhat, la comida nacional de Nepal, de la que otro día os cuento. Era esa hermosa sensación de cotidianidad que nos perseguía, de inmersión en una rutina remota de la que súbitamente nos sentíamos participes.
El autor: Jesus Del Caso
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