Los carritos de dulces se han estacionado a lo largo de las calles principales, llenando el aire con el aroma de azúcar, mantequilla y leche condensada. Hombres con collares de flores corren por las calles en scooters, con tikas rojos en la frente y la panza llena de chocolate. En la noche, hay velas en las puertas y por las calles, y niños viajan de casa en casa cantando canciones y bailando por dinero. El ambiente es festivo, y mientras ando por el camino de tierra con mi hermana nepalí, es imposible no sentirme despreocupada.
Tihar, uno de los festivales más grandes de Nepal.
Pensando en las cosas que han llegado a definir mi amor por Nepal, Tihar es uno. A la vez, me acuerdo de Halloween, Navidad y el Día de Acción de Gracias; todos los mejores recuerdos, con la familia y diversión, se agrupan en una celebración de cinco días. Cada otoño, en octubre o noviembre, se cuelgan luces desde los tejados, y las familias se reúnen para celebrar y venerar una colección de animales (cuervos, perros, vacas) mientras invitan a la riqueza y la buena fortuna a sus hogares.
Mi hermana y yo nos paramos para ver a un grupo de bailarines turnarse bailando para una pequeña multitud. Hay una línea de pequeñas macetas de barro en su escenario improvisado, hilos retorcidos de algodón encendido parpadean en la oscuridad. El olor a curry perdura en mi ropa de la cena, y mis dedos están grasosos por el sel roti, un pan tradicional frito en forma de círculo que se encuentra fácilmente durante esta temporada.

¿Cómo resumo mi vida en Nepal de una forma entendible para mis amigos que preguntan cuándo volveré a Estados Unidos? Que cuando estoy cansada de lavar la ropa a mano y barrer pisos sucios y estar cara a cara con la pobreza y comer otro plato de arroz, la brisa susurra las hojas de bambú detrás de nuestra casa y estoy parado al pie del Himalaya.
El siguiente grupo de bailarines llega al escenario. Una mujer mayor se empuja para acercarse al espectáculo. Su rostro es delgado y enjuto, pero trae puesto un sari estampado y colorido. Mi hermana me agarra del brazo y me empuja hacia una entrada. El patio está lleno de gente y música retumba desde las bocinas. Los ojos del locutor se clavan en los míos.
“¡Una invitada! Por favor, bienvenida…,” grita al micrófono y se me acerca susurrando: “¿Cómo te llamas?”
“Michelle,” le respondo en voz baja. La música se detiene y todos miran hacia mí. Me da pena cuando mi nombre resuena por las bocinas.
“MISSSSSSHHHAAALLL!!!”
Me ofrecen un plato de aluminio con carne asada y arroz batido y el DJ me lleva al centro de los cuerpos danzantes. Sus movimientos parecen sacados de un video musical de Bollywood. Imito sus pasos. Se meten billetes doblados en mi cabello. Cuando se acaba la canción, se abre el círculo de baile y encuentro a mi hermana riéndose en un rincón.
“No tenía ni idea de que tenías tanto talento para el baile,” dice sobre el jaleo. El olor a raksi, un alcohol local, nos envuelve.
“Talento oculto,” me río. “Vámonos, antes de que Amma se preocupe.”
Al chirrido de la puerta mosquitera, nos bombardean con preguntas. ¿Por qué llegamos tan tarde? ¿Tenemos hambre? ¿Queremos té?
Mi mente también está dando vueltas. ¿Cómo es un país tan distinto a la vez tan familiar?
Esta es la magia de Tihar.

Top image by Partha Sarathi Sahana/Flickr
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