La fascinación del Himalaya viene de su grandiosidad, de lo sobrecogedoras que pueden ser las sensaciones que transmiten su roca y su hielo, sus cielos y sus gentes. Ya apuntábamos en nuestro artículo anterior el porqué de los Annapurnas para mostrar el techo del mundo a los espectadores de nuestra serie de TV, DESCUBRIR: la inmediatez y accesibilidad del Himalaya reunidas en un circuito único capaz de multitud de posibilidades.
Hablamos de un círculo alrededor del macizo en el que se juntan los cuatro Annapurnas, el Gangapurna, el Tilicho el Machapuchare, sus lagos, sus glaciares y otros picos espectaculares.
Relatábamos anteriormente cómo habíamos explorado la rama este del circuito, llegando desde Katmandú hasta Manang, ascendiendo por la vertiginosa garganta del Marshyangdi, entre el macizo de los Annapurnas y el área de conservación del Manaslu. Esta rama es la menos transitada hasta ahora, pero como pasó en la zona oeste, el turismo esta siendo el motor necesario para impulsar el desarrollo de las comunicaciones. Hace unos pocos años era impensable llegar en jeep hasta tan lejos. Como nos contaba Bikal, nuestro asistente de producción, en Nepal todo surge en respuesta a las diferentes necesidades: primero hay un sendero que, de muy transitado se hace camino, que se va ensanchando conforme lo transita mucha gente, muchos animales, muchos vehículos e incluso vehículos cada vez más grandes, hasta que en un momento dado se llega a lo que aquí se puede llamar carretera, que tampoco se corresponde muchas veces con lo que en Europa entendemos por tal… Bueno, aquí, en Nepal todo tiene sus maneras, sus tiempos particulares…
En general, en Nepal se está haciendo bien. Los trabajos son lentos, la geografía es brutal, pero la inversión, mayoritariamente, tanto pública como privada, es nacional. Los grandes beneficiarios del turismo, aparte de los promotores y los propios viajeros, son las diferentes comunidades locales, que ven mejorados sus comunicaciones: sus caminos y carreteras, la llegada del wifi; y la proliferación de trabajos menos duros y mejor remunerados. Además, no se trata de un turismo masivo, sino de un viajero interesado en las montañas y la naturaleza, a priori respetuoso con el medio que visita y con las gentes que lo habitan.
Después de explorar Manang y sus alrededores volvimos sobre nuestros pasos, camino de Pokhara y la rama oeste. Las montañas y su entorno, y aún más el Himalaya, tienen algo de vivo, de impredecible y cambiante que las hace únicas en si mismas y en el momento dado.
En nuestra vuelta, por ejemplo, hicimos noche en Timang. En el camino de ida, nos tomamos un té caliente en el mismo sitio. Era de día, había unas cuantas casas a cada lado de la carretera, algunos lugareños, perros, gallinas y horizontes borrados en nubes en todas las direcciones. Ahora llegábamos de noche, veíamos aún menos. Lloviznaba y hacía bastante frío. Apenas prestamos atención cuando Pasang Sherpa, nuestro guía, nos esbozo una sonrisa: Descansad, mañana puede que os despertéis con un bonito espectáculo.
Me desperté con ese punto de alboroto que tiene la mañana de Reyes. Juanjo, nuestro cámara, llevaba ya un rato grabando el amanecer. Salí de la habitación y me asomé a la galería de madera, toda pintada de vivos colores, decorada con banderitas de oración y abierta al Himalaya. El Manaslu estaba ahí enfrente, justo delante. El Sol había comenzado a despuntar detrás de las cumbres. Nos sirvieron una gran taza de café bien caliente y pan tibetano. Seguía haciendo bastante frío pero la taza y el líquido nos calentaban las manos y el cuerpo. Allí sentados, en la misma azotea que la semana anterior, contemplando pirámides de hielo de casi 8000 metros, rodeados de aquella gente amable que respetaba divertida nuestra silenciosa perplejidad, frente al fabuloso Manaslu, la octava montaña más alta del mundo (8156m.), éramos, sin duda, el equipo de grabación más feliz de la Tierra.
Rodear el Annapurna implica muchas horas de todoterreno y de escenarios muy cambiantes. Al amanecer estábamos en el éxtasis de Timang y el Manaslu y por la tarde nos aligerábamos de ropa, mirando al sur, en dirección a las llanuras del Terai. El norte de ochomiles parecía muy lejano por momentos. Por este lado la orografía obliga a descender muy hacia el sur para luego remontar hacia Pokhara, en el noroeste y retomar la vista del Himalaya.
La ciudad de Pokhara es el punto de partida típico de la vuelta completa a los Annapurnas, de la media vuelta por el este o por el oeste o de muchas expediciones más cortas, según el tiempo del que se disponga y la condición física del viajero. Es famosísima por la vista del macizo desde el lago Pewa. En ningún lugar del mundo se pasa en apenas 30 km. de los 1000 a los 8000 metros. Pero nos quedamos con la postal, porque la dichosa neblina no nos dejó ver la famosa estampa. Lo intentamos desde el mismo lago, apenas llegamos. En su orilla se pueden alquilar barcazas con su barquero para dar una vuelta por el lago, llegarse a la islita con templo en su centro o desembarcar justo a tiempo para una espectacular ceremonia en honor a Shiva que cada día se realiza en su orilla al anochecer. También se puede desembarcar donde nace el sendero que lleva a la legendaria Pagoda de la Paz, desde la que cual la vista puede ser incluso más alucinante, de nuevo si no se presentan nuestras amigas las nubes. Si, como fue nuestro caso, se sigue sin suerte, se puede subir aún más. Sarangkot es un mirador espectacular muy cercano a Pokhara. Cuando subimos estaba en plena renovación del entorno, con un bello templo en construcción, pero del Annapurna ni rastro. ¿Se puede subir aún más? La respuesta en sí, ¡se puede contratar un vuelo en parapente!
Montañas aparte, la experiencia fue espectacular: sobrevolamos las colinas verdes que rodean Pokhara y el lago Pewa para aterrizar en sus orillas y seguir camino hacia el norte. Íbamos a adentrarnos en el Kaligandaki, la garganta más profunda del mundo, entre el Annapurna y el Dhaulagiri, camino de Narchyang.
Las comunicaciones en el lado occidental del Annapurna llevan años de ventaja. Desde que se abrió la carretera hasta el aeropuerto de Jomsom, en el borde norte del circuito, y ya casi en el borde de Mustang. Pero no nos equivoquemos: que se pueda llegar en jeep hasta la aldea no quiere decir que sea fácil. Nuestro destino esta justo en las faldas del Annapurna I y enfrente del Dhaulagiri, es un lugar muy muy remoto al que solo el himalayismo y el turismo de naturaleza han sacado del olvido.
Narchyang es una aldea y es un proyecto de vida para sus habitantes. Queríamos llegarnos a Narchyang tanto por completar nuestra pseudovuelta al circuito de los Annapurnas como por dar cuenta de un proyecto en desarrollo de Turismo Comunitario sumamente interesante. Nuestros amigos de Community Homestay Network llevan tiempo promoviendo este tipo de alojamientos por todo Nepal, lo que les ha llevado a ganar más de un premio internacional, como el concedido este año por la UNWTO.

En Narchyang nos alojamos en las propias casas del pueblo, con sus habitantes. Pudimos conocer a sus moradores, comer sus comidas y conocer un poco de su vida diaria. En tiempos del COVID, el intercambio no pudo ser tan intenso como hubiera debido ser, pero la experiencia fue inolvidable. Los Magar son la etnia predominante en la región, son gente del Himalaya, dura y risueña a partes iguales, con su propia lengua y sus propias costumbres. Nuestra anfitriona era una madre soltera de cierta edad. Estaba aprendiendo inglés y nos recibió con una gran sonrisa, mostrándonos tímidamente sus progresos. Cuando por fin pudimos cenar y descansar caímos en la cuenta de que se empezaba a acabar nuestra aventura por el Himalaya, pero disponíamos de un nuevo centro de operaciones, como en Manang, con multitud de posibilidades. Desde Narchyang se puede caminar un par de horas y disfrutar del desfiladero del Kaligandaki, o se puede también, en un par de horas, subir hasta Upper Narchyang y disfrutar de unas magnificas vistas del Annapurna. Por supuesto nadie se puede perder las cascadas de Narchyang, apenas 45 minutos de paseo hasta un precioso salto de agua con unas vistas increíbles… Y hasta acabar cualquiera de los días, entre paseos por huertos y charlas con los aldeanos en las termas de la zona, en Tatopani, algo más abajo, en la carretera principal. Hay una piscina para hombres y otra para mujeres. Es necesario ducharse antes de entrar y estar preparado para cocerse a fuego lento en el agua humeante y congelarte con la gélida brisa del Himalaya una vez fuera. Y todo ellos siendo la atracción del día para los lugareños que mirarán al viajero sin pestañear, prestándole toda su atención, ávidos de sensaciones del Gran Mundo. Un gran lugar sin duda, para acabar cualquier viaje y donde decidimos acabar el nuestro por los Annapurnas.
El autor: Jesus Del Caso.
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